Camino al hospital hay árboles, pero esta vez no los miro, tal vez los intuyo. Cuando pienso en ellos me da miedo, porque pienso, quizas llevado por los comentarios de otros, que mi vida va a cambiar de tal manera que los bonsais ya no tendrán cabida. Me cuesta ver el futuro ahora, esto no lo había visualizado nunca. A lo mejor todo es un sueño.
Las plantas que hay por todas partes, en la entrada, en las salas de espera, llaman mi atención, y me pregunto si estoy loco, en un momento así y fijándome en esas cosas.
Pero en un instante el tiempo se paraliza, y solo oigo latidos y mas latidos, y ahora solo me fijo en las personas que nos ayudan, y envidio su trabajo y tengo ganas de abrazarlos a todos. Creo recordar que lo hice en algún momento, pero no estoy seguro. En este momento en el que no hay tiempo todo es tan real que me sorprende que nunca me lo hubiera imaginado.
Se mezcla constantemente la magia con las matemáticas y mi mujer y yo, que todavía somos dos, contamos mirándonos a los ojos y esperamos pacientemente a que el dolor vuelva una y otra vez. Y pasa el tiempo, que está paralizado, pero pasa, asi que seguimos contando hasta que nos dicen que ya hemos llegado al máximo y que ya no hace falta que contemos más.
Y no se si soy yo el que me muevo siguiendo a mi mujer o alguien me traslada en volandas hasta el primer lugar que Emma visitará. No sé donde colocarme, no puedo cerrar la boca. Dejo de respirar pero como el tiempo está quieto puedo hacerlo sin temor, y entonces aparece y yo respiro y el tiempo se pone en marcha de nuevo, y oigo reir a mi mujer, y Emma está encima y veo sus manos.
Se la llevan un instante y entonces también la oigo llorar y ya no separo la vista de ella.
Me hablan. Alguien me pregunta algo. Al girar la vista para responder me fijo en el lugar en el que estoy: un ficus retusa, debil por la falta de luz, descansa junto a un ordenador.